domingo, 26 de agosto de 2012

Libardón: sus casas y sus enterramientos. Poder y representación

Siempre hemos mantenido que  los cementerios reflejan la realidad histórico social de sus moradores, aunque siempre hay excepciones, y una de ellas,  es esta que presento de una de las Casonas de Indianos de Libardon, que se caracteriza por tener un importante numero de casa que representan ese espíritu.

Los indianos fueron los autóctonos que emigraron a hacer lo que se denominó “Hacer  las Americas” En Asturias fue todo un fenómeno emigratorio, que se plasmó en mil y un cosas, una literatura, un urbanismo, una forma de entender el trabajo, las relaciones sociales, la fraternidad y solidaridad. etc  Tanto es así que en Asturias contamos con un museo Archivo de Indianos, sito en Colombres.

En general el Indiano que regresaba  al terruño próspero, pues representaba cierto rol en el pueblo y uno de ellos era la construcción de una casa “peculiar” que hoy denominamos Casonas de Indianos, y que va desde las más modestas a las más sofisticadas.
De uno de los blogs más importantes saco la idea de traer hasta estas paginas algunos enterramientos y la historia y reflejo social de sus creadores o impulsores.
En esta ocasión le toca a Libardón, parroquia de Colunga) donde encontramos una bella casona, denominada Palacio de la Caravera:

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"La parte más antigua de la Casona data de 1.625. Su primer propietario fue Don Juan Caravera, un señor feudal cuyas tierras se diseminaban por la parroquia. Tras su muerte y por problemas de herencia entre el hijo y las hijas es D. Pedro Cangas quien se quedó con las propiedades de los Caravera. Es la familia Cangas la que mantiene la propiedad hasta 1.910 realizando diversas modificaciones entre ellas el edificio adosado de piedra conocido actualmente como “Palacio Viejo”.
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En 1.854 nace en La Argallada Pedro García del Mercado, hijo del casero del palacio, que con 14 años embarca en Sevilla hacia Argentina. Allí trabajó en el comercio textil hasta que con sus primeros ahorros compró unas tierras en La Pampa, por las que pocos años más tarde pasaría el ferrocarril, lo que le proporcionó unos sustanciosos ingresos que invirtió en comprar más tierras en las que tuvo miles de cabezas de ganado. En Argentina se casó con María Luisa Pella Soncini de origen italiano. En uno de sus viajes a Libardón compró la casona a la familia Cangas, modificándola nuevamente. Sobre la planta baja de la primitiva construcción levanta en torno a 1.912 el hoy llamado “Palacio Nuevo”.

Éste se corresponde a la tipología de palacete de indianos, con carga sobre piedra, planta baja más 3 alturas (incluyendo el bajo cubierta) y vistosas galerías orientadas al este, al sur y al oeste para aprovechan la luz solar y las maravillosas vistas sobre el valle. D. Pedro murió en 1.935 y su esposa en 1.940, estando ambos enterrados en el cementerio de Libardón. Sus hijas crecieron y estudiaron en España estableciéndose primero en Madrid y posteriormente en Gijón, siendo su hija Eloísa una las primeras mujeres españolas con carnet de conducir.

La casona estuvo 15 años abandonada y cubierta de maleza hasta que los herederos la vendieron a la familia Cuesta que la ha trasformado en el complejo hotelero “Hotel Palacio Libardón”.

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Fuentes:http://www.palaciodelibardon.com/esp/verfichaindex.php?contacto=16
Libro “Sociedad Fomento de Libardón 1907 – 2MIL7” editado por la Asociación Vecinal de Fomento de Libardón y coordinado por Manuel Capellán, y a su vez sacado el texto del blog Casonas de Indianos.

Pues bien cuando buscamos en  el cementerio parroquial de Libardón la tumba esperando que este rico propietario esté representado su poder económico por un panteón como hacen otras notables familias del lugar como los Lueje Catron  o los Presa Casanueva  que si tienen su correspondencia social.


Tras la búsqueda  vemos que Pedro García del Mercado, pese a su riquezas , fue enterrado junto a su mujer argentina de origen italiano Soncini, en unos nichos, al pie de grandes panteones, que cuya única significación es una magnifica talla en mármol.

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Nicho con bellas representaciones de Pedro García del Mercado.

Y un poco más arriba está el nicho dedicado que acogen los restos de su mujer:María Luisa Pella Soncini.


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Pese a todo Pedro García del Mercado, reservó para sus familiares otros dos nichos que están justo al lado a su nombre, y con la misma modestia, al igual que el dedicado a quine supongo que es su hermano.

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Sin embargo quien sí va a ostentar la potencia social y económica familiar en muchos otros planos, incluso el funerario,  va a ser José Presa Casanueva, que en el plano urbanístico va a dejar en Libardon un perdurable recuerdo  en la construcción indiana  denominada  Casa de Doña Vicenta.


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Casona Indiana de Doña Vicenta

Esta es la historia resumida de José Presa Casanueva  

"Vicente Lueje de la Isla en 1.835 con 16 años emigra a Chile, como le va bien en 1.848 llama a sus sobrinos Gaspar Isidoro Lueje y José de la Presa Lueje. El primero de ellos, llamó a su vez a sus sobrinos Manuel, Francisco, Rafael y José de la Presa Casanueva, con quienes constituyó la firma “Presa, Lueje y Cia”. Posteriormente fundaron la empresa “Presa Hermanos” que distribuía diversos productos como abarrotes, artículos de ferretería, frutos del país, maderas y zapatos. También exportaban lana y eran los representantes de la West Indian y de la Ford Motor Co. en la venta de tractores y maquinaria agrícola."

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Panteón de Los Presa Casanueva


"D. José, además de hacer fortuna en Chile, fue el fundador y presidente de la Sociedad de Beneficencia Española en Chile y del Circulo Español. Así mismo en 1.899 fundó en Santiago de Chile la Sociedad Progreso de Libardón. En su época tuvo mucha influencia en el gobierno chileno. Regresó a España en 1.908."


Justo al lado de este panteón situado a espaldas de la iglesia parroquial se halla otro gemelo levantado por Manuel Lueje Catrón , que era yerno de  Manuel de la Presa,. y ambas familias Lueje Catron y Presa Casanueva  participan en varias sociedades y por tanto se van a representar de este modo en el  pueblo del que son oriundos. Además Lueje Catrón va a buscar los honores de Hidalguía.

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Interior de los panteones con su viejas lapidas de los allí enterrados


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Los panteones de los Lueje Catrón- y Presa Casanueva

De esta manera tenemos en este post dos forma de representación social y civil y la funeraria, por un lado la de  Pedro García del Mercado  en nicho y más modesta, aunque su propiedad fuera imponente,  y las familias potentadas Lueje Catrón y Presa Casanueva con la Casa Vicenta, aunque ignoro si Lieje Catrón terminó construyendo casa en LIbardón

Fotos y texto @Victor Guerra

Nota: Los textos en cursiva tienen autoría y se recoge en el enlace de donde fueron recogidos tales textos

















lunes, 20 de agosto de 2012

Cementerio “moro” de Barcia ( Luarca)

El cementerio de Barcia (Valdés) , en el cual hay varios miembros de las tropas moras de Franco que entraron vía Galicia, es toda una rareza en esta recoleta región asturiana.

A este recinto singular y controvertido, puesto que  es parte de esa historia “negra” de la guerra civil española , cuyo recuerdo en Asturias, y sobre todo  con relación a las tropas moras, fue muy negativo y aún lo es…le he dedicado varios trabajos desde hace años, y hoy aún persisten las acciones por recuperar su vieja imagen..

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El cementerio musulmán de Barcia conocido como el Cementerio Moro, está en la parroquia de Barcia en el concejo de Valdés, Principado de Asturias, fue construido en 1936 para enterrar a los soldados del Tercio de Regulares de Marruecos que fueron forzados a combatir en el bando de los militares alzados contra la República. Los marroquíes fueron utilizados como carne de cañón durante la batalla de El Escamplero, en la ofensiva a Oviedo. No hay cifras exactas del número de musulmanes que fueron enterrados en él; aunque algunas fuentes hablan de unas 300 tumbas. El cementerio tiene cerca de 4.000 metros cuadrados.

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Desde que el santón Aomar dejó de venir cada año a echar responsos en las sepulturas, el cementerio moro de Barcia ha caído en un total abandono. Incluso la solicitud de la asociación de vecinos al ministro José Bono también ha caído en el olvido. Así lo señala su presidente, Macario Fernández, quien limitaba su pretensión a que el Ministro diera permiso para acometer algunas mejoras al ser el cementerio titularidad de Defensa, las cuales se limitaban a la limpieza, a su acceso y a una pequeña aula que explicara el porqué del cementerio y las razones que llevaron a su construcción. Sólo hay tres en España: uno en Zaragoza, otro en Andalucía y este de Barcia, en Valdés (Luarca). Tal vez este desinterés ministerial sea un error en momentos en que los pueblos tratan de recuperar todas las páginas de su historia perdidas y las del cementerio moro de Barcia pertenece a unas circunstancias inolvidables dentro de nuestra guerra civil.

El cementerio, cuyas paredes se perciben desde la carretera general, era todo un símbolo que despertaba el recuerdo del viajero, un recuerdo que se apagó con el tiempo. Nadie repara que aquél era el destino final de los moros que morían en El Escamplero. Un centenar de ellos fueron traídos en aquellos momentos a enterrar a Barcia.

Años después de terminada la guerra todavía se dio sepultura en él a un moro que se había casado en la cuenca minera. El cementerio pervivió a la guerra y al santón Aomar, bien conocido por los vecinos de Barcia, siguió viniendo para vigilar su cuidado y orar por los seguidores de Alá hasta su presumible muerte. Hoy, en lugar de “tierra de moros” parece “ tierra de nadie”.

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Muertos tres protagonistas directos –María de Joaco, Eduardo el Corneta y Francisco Pérez Alba-, tendremos que aceptar la opinión de Aurelio Pérez López hijo del enterrador del cementerio, que conoce algunos detalles por haberlos vivido de pequeño y por habérselos oído contar a su padre. No todos los recuerdos se han apagado. Y se conservan vivas algunas pinceladas sueltas. “Pensar que el cabrón del santón no invitó a mi padre ni a una copa de anís cuando encontró en el bolso de un moro cuarenta duros y una baraja”, recuerda ahora el hijo del celoso enterrador con rabia por la decepción de su padre. Después de que su padre mostrara al santón el hallazgo en los bolsos del moro muerto, Aomar no hizo ascos a atrapar tan sabroso botín. Se trataba poco menos que de un milagro, ya que, como comenta Aurelio, “cuando llegaban aquí ya habían pasado por varias manos, así que venían sin nada más encima que los capotes del ejército y las botas que a veces eran nuevas y desaparecían en el cementerio en cuanto se descuidaba uno”. Para eso estaba Ramona de Repiché, que se encargaba de llevar toda la ropa aprovechable.

Aurelio señala que, al no querer apuntarse su padre como falangista y negarse a marchar a trabajar al campo de aviación de Jarrio, lo mandaron a cavar fosas para los moros y a encargarse de su enterramiento. “Cavó fosas como un animal, y había que hacerlo todo con gran cuidado, porque estaba controlado por el Aomar, que era muy severo y los tenía al hilo”.

Casi 70 años después, aún no se le ha olvidado, aún no se le ha olvidado a Aurelio que cada fosa tenía un metro de profundidad, y que a partir de los 80 centímetros se iba estrechando mediante un bordillo que se hacía en la tierra, y sobre el cual se apoyaba una losa en la que se ponía el cuerpo del moro. No se trataba de echar el cadáver según llegaba: era necesario desvestirlo y colocarlo sobre una lona blanca que se anudaba en la cabeza y en los pies, y bajarlo a la losa por medio de una cuerda y con buen cuidado de que estuviera mirando al sol.

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Después se cubría el cuerpo con tierra y se le daba un poco de forma a la tumba en la parte superior. Y sólo una señal para saber que allí estaba enterrado un moro, “chantábamos dos losas en la sepultura, una en la cabecera y otra hacia los pies”. Son precisamente estas piedras, a pesar de los árboles, de las acacias que crecieron y de la maleza que se desarrolló entre las sepulturas, las que aún hoy permiten localizar los enterramientos, que además siguen un cierto orden, ya que apenas hay un pasillo de un metro entre muerto y muerto.

Eran enterrados sin ninguna identificación, lo que explica que hace un año viniera a Barcia el periodista marroquí Alí Lmrabet ante el convencimiento de que cuatro tíos suyos muertos en El Escamplero se encontrasen en Barcia. La búsqueda resultó infructuosa ante la confusión de las tumbas. Sin embargo, la raposa, excavando, sacó un occipital que sólo Alá sabrá a quién correspondería.


A juzgar por las losas, el recinto está lleno. Uno no puede evitar pisar las sepulturas. En Barcia había dos cementerios. Uno de ellos estaba adosado al cementerio civil, y en él llegaron a enterrarse 120 moros hasta que, por falta material de espacio, se construyó el cementerio propiamente moro, que quedó sin terminar y en el que habrá algo mas de medio centenar de cuerpos. El recinto es curioso y vale la pena visitarlo. La puerta de acceso es de traza árabe y todo el cementerio está cercado con tapia blanca de mediana altura, rematada con tejas tanto hacia el interior como hacia el exterior. Cada una de las cuatro esquinas del cementerio, que es enorme, está coronada por una garita en la que se supone que alguien haría guardia. Pero como el cementerio no llegó a terminarse, fuera de la tapia existen otras paredes más sólidas y otras dos garitas. Estaba previsto, en el espacio intermedio, entre el primer cerramiento y las paredes del cementerio, construir una mezquita que ha acabado sin llegar a tener techumbre.

Ubicación del Cementerio  e inclusión en el Inventario de Patrimonio Cultural de Asturias

https://sede.asturias.es/bopa/2012/06/01/2012-09256.pdf


Aurelio recuerda el día en que su padre estaba descansando al sol y se presentaron de repente dos camiones con cuarenta y tantos moros muertos en El Escamplero, alguno en un estado tan horrible debido a los efectos de la metralla que la estampa no la puedo borrar jamás. Viviendo aquellas cosas no se puede extrañar que, a veces, su padre echara anís por la ropa para disimular el olor o que nunca cogiera el pan con las manos, ya que sentía reparo de sí mismo, o que apenas comiera al llegar a casa. Actualmente el cementerio son piedras cubiertas por la vegetación, acacias, eucaliptos, pinos y malezas. En la parte exterior había un vivero de árboles y de ahí que hayan brotado espontáneamente en el cementerio.
La Nueva España 14 agosto 2005
Jorge Jardón

Trabajos sobre el Cementerio Moro de Barcia

martes, 7 de agosto de 2012

LA TUMBA DE UN SOCIALISTA: Eduardo Varela


Las tumbas de los socialistas asturianos o de socialistas en Asturias, se hayan no digamos que perdidas, pero sí diseminadas por muchos cementerios astures, o cuando no del exilio francés o sudamericano.

En Asturias dichas tumbas se hayan o bien en el seno de los recintos generales, partes llamadas “católicas”  o en los recintos “civiles” los cuales en su mayoría fueron anexionados  al resto de los recintos con mejor o peor suerte. Un día hablaremos de estos recintos y su estado.

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Hoy traigo hasta este blog, la tumba del socialista Eduardo Varela, que se haya en el recinto Civil del Cementerio del Sucu, en Gijón.
Monumento. Erigido por los socialistas asturianos mediante suscripción entre correligionarios y amigos ala memoria de EDUARDO VARELA. Murió el 26 de diciembre 1912”

En 1891, Pablo Iglesias había enviado a la región a Eduardo Varela y Francisco Cadavieco para crear allí los primeros núcleos socialistas. Cadavieco encontró trabajo como cargador en los muelles de Gijón y en poco tiempo logró constituir la Agrupación Socialista de Gijón, en la primavera de 1892.

Eduardo Varela había nacido en Logroño. dicho monumento  fue costeado pro los socialistas gijoneses tras una iniciativa del abogado Germán de la Cerra Lamuño.

Así recogía el Diario EL Noroeste del 25 de octubre de 1914 el tema:

Mañana domingo, a las tres de tarde, se inaugurará en el cementerio de este villa, el mausoleo que la Federación Socialista Asturias acordó erigir por suscripción publica, entre los correligionarios y amigos a la memoria del culto propagandista que encabeza estas líneas. La Memoria de este distinguido compañero, educador y gran propagandista de las ideas que en su día acabarán con todas las  miserias sociales que tantas lágrimas hace verter a la humanidad, es digno del homenaje que le rendirán mañana correligionarios y amigos, máxime si se tiene en cuenta el estado de salud porque atravesó los últimos trece años de su vida a pesar de lo cual, no desmayó un solo momento predicando las ideas de justicia y solidaridad social; a las que consagró toda la nobleza de su gran corazón y toda su sabiduría de gran talento.

Por esto los socialistas asturianos y cuantos  le conocieron y le estimaron en vida, deben concurrir, mañana domingo al acto de la inauguración del mausoleo a su memoria, para  rendirle tributo de admiración y de cariño, ya que de uno y otro era merecedor el malogrado compañero Varela, que jamás´dejó de tener para cuantos lo trataron un gesto de cordialidad y de cariño al mismo tiempo que los serios consejos de su gran cultura


En la pagina del amigo Laruelo ASTURIAS REPUBLICANA, recogemos este otro texto de  de Indalecio Prieto

Eduardo Varela: el propagandista ciego.

Por Indalecio Prieto.
La política —hablo de la política honrada en que cimentó su prestigio y su popularidad el Partido Socialista Obrero Español— suele ser bastante arbitraria en sus refulgencias y oscuridades. A veces hace que resplandezcan figuras mediocres y a veces —esto es lo más lastimoso— hunde en sombrías simas de olvido a varones de claro talento que lo pusieron al servicio del ideal con abnegación rayana en el martirio.

Mirando melancólicamente a un pasado ya lejano y evocando hombres y sucesos topo con una figura singularísima, injustamente oscurecida: Eduardo Varela.

Las dos organizaciones socialistas más potentes de España, las de Vizcaya y Asturias, tuvieron por precursor a Eduardo Varela y, sin embargo, cuando se habla del movimiento obrero vizcaíno asoman siempre los nombres de Facundo Perezagua y Felipe Carretero y, si del movimiento asturiano se trata, surgen los nombres de Manuel Vigil y Manuel Llaneza.Nadie se acuerda de Varela, que en una y otra región los precedió heroicamente, muy superior a todos en cultura y elocuencia y no inferior a ninguno en espíritu de sacrificio.

El sentimiento de clase entre los jornaleros de las minas de Vizcaya lo despertó Eduardo Varela. A un asalariado de entonces le habría sido imposible la perseverancia que tamaña empresa exigía, porque el boycot patronal se la hubiese impedido, expulsándole, por hambre, de la cuenca de Triano. Varela no era un asalariado; tampoco capitalista ni perteneciente a la clase media. Dedicábase a vender novelas por entregas y libros a plazos. Todo su capital encerrábase en un lío de lienzo, repleto de cuadernos literarios, folletos filosóficos y tomos de historia. Con el fardo a cuestas y apoyándose en recia cachava, subía desde Somorrostro, Pucheta y Ortuella a Gallarta, Labarga, Orconera y La Arboleda y aún ascendía hasta las altas cumbres de Sopuerta y Galdames, peregrino del socialismo.

Cada visita a cualquiera de aquellos sórdidos barracones donde, para consumar su explotación, se albergaba forzosamente a los trabajadores, convertíase en aleccionadora conferencia a cargo del errabundo librero. Candiles humeantes alumbraban la escena. Entonces se trabajaba de sol a sol, sin más horas de reposo que las nocturnas.
Abiertos así los primeros surcos, Varela esparció la simiente de su palabra germinadora desde tablados, o ventanas y balcones, en las plazas de aquellas barriadas rojas, rojas como los montes que se agujereaban y achataban al serles arrancada la rica mena; rojas como las escombreras que, creciendo, formaban colinas nuevas con el apiñamiento de tierra inservible; rojas como los lavaderos del mineral donde el agua parecía convertirse
en sangre...
Frecuentemente coincidían en cañadas y vericuetos el librero peatón y cierto mercero ambulante que, algo más holgado de recursos, cargaba telas y quincalla sobre los lomos de cansino mulo. Juntos seguían caminando departiendo, no de negocios, sino de ideas. Aquel mercero, elegido por los mineros de La Arboleda, fue el primer concejal socialista en San Salvador del Valle y uno de los primeros ediles de nuestro Partido en España: Facundo Alonso.
Más tarde, Varela pasó de Vizcaya a Asturias y allí recorrió los negros valles hulleros con igual comercio y el mismo afán catequístico. En Asturias una terrible dolencia le dejó sin vista. Ya no podía ir solo por caminos y senderos a repartir entregas y vender folletos, pero aún era útil para la propaganda y no hubo pueblo carbonero donde no encontrara eco la palabra encendida del tribuno ciego. Yo le conocí años después, cuando, en breve temporada de descanso, volvió por Vizcaya. En casa de Felipe Merodio, generoso huésped, rodeábamos diariamente a Varela varios muchachos socialistas, ávidos de adoctrinarnos. Oiámosle embelesados, contemplándole como a un Iluminado…, un iluminado que no veía la luz.

Durante una de aquellas inolvidables charlas, yo, siempre impulsivo, le interrumpí, no sé con qué motivo, y otro contertulio, entre mordaz y cariñoso, aconsejóle que no me hiciera caso por ser yo medio loco. Varela, tras disculpar mi destemplanza, púsose a discurrir sobre la locura, deciéndonos que más comunmente solía ésta adueñarse de personas frías, poco expansivas, que de las fogosas y exaltadas. Me impresionó profundamente aquella definición profética, dicha con palabra reposada por el orador de los ojos muertos…

A poco tiempo Varela perdía la razón, tan fácil de quebrarse en quienes cegaron siendo adultos. Mirarse mucho por dentro sin poder mirar hada afuera, quizás promueva la demencia; porque el espantoso espectáculo interior avasalle la mente, necesitada, en compensación, de frívolas distracciones externas. Pero ¡ay!, si una noble hiperestesia recarga dentro del alma pesares de la propia desgracia con angustias por ajenos infortunios —los de la humanidad toda— entonces, rompiéndose el alma, se arruina la razón.

Victor Guerra