lunes, 20 de agosto de 2012

Cementerio “moro” de Barcia ( Luarca)

El cementerio de Barcia (Valdés) , en el cual hay varios miembros de las tropas moras de Franco que entraron vía Galicia, es toda una rareza en esta recoleta región asturiana.

A este recinto singular y controvertido, puesto que  es parte de esa historia “negra” de la guerra civil española , cuyo recuerdo en Asturias, y sobre todo  con relación a las tropas moras, fue muy negativo y aún lo es…le he dedicado varios trabajos desde hace años, y hoy aún persisten las acciones por recuperar su vieja imagen..

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El cementerio musulmán de Barcia conocido como el Cementerio Moro, está en la parroquia de Barcia en el concejo de Valdés, Principado de Asturias, fue construido en 1936 para enterrar a los soldados del Tercio de Regulares de Marruecos que fueron forzados a combatir en el bando de los militares alzados contra la República. Los marroquíes fueron utilizados como carne de cañón durante la batalla de El Escamplero, en la ofensiva a Oviedo. No hay cifras exactas del número de musulmanes que fueron enterrados en él; aunque algunas fuentes hablan de unas 300 tumbas. El cementerio tiene cerca de 4.000 metros cuadrados.

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Desde que el santón Aomar dejó de venir cada año a echar responsos en las sepulturas, el cementerio moro de Barcia ha caído en un total abandono. Incluso la solicitud de la asociación de vecinos al ministro José Bono también ha caído en el olvido. Así lo señala su presidente, Macario Fernández, quien limitaba su pretensión a que el Ministro diera permiso para acometer algunas mejoras al ser el cementerio titularidad de Defensa, las cuales se limitaban a la limpieza, a su acceso y a una pequeña aula que explicara el porqué del cementerio y las razones que llevaron a su construcción. Sólo hay tres en España: uno en Zaragoza, otro en Andalucía y este de Barcia, en Valdés (Luarca). Tal vez este desinterés ministerial sea un error en momentos en que los pueblos tratan de recuperar todas las páginas de su historia perdidas y las del cementerio moro de Barcia pertenece a unas circunstancias inolvidables dentro de nuestra guerra civil.

El cementerio, cuyas paredes se perciben desde la carretera general, era todo un símbolo que despertaba el recuerdo del viajero, un recuerdo que se apagó con el tiempo. Nadie repara que aquél era el destino final de los moros que morían en El Escamplero. Un centenar de ellos fueron traídos en aquellos momentos a enterrar a Barcia.

Años después de terminada la guerra todavía se dio sepultura en él a un moro que se había casado en la cuenca minera. El cementerio pervivió a la guerra y al santón Aomar, bien conocido por los vecinos de Barcia, siguió viniendo para vigilar su cuidado y orar por los seguidores de Alá hasta su presumible muerte. Hoy, en lugar de “tierra de moros” parece “ tierra de nadie”.

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Muertos tres protagonistas directos –María de Joaco, Eduardo el Corneta y Francisco Pérez Alba-, tendremos que aceptar la opinión de Aurelio Pérez López hijo del enterrador del cementerio, que conoce algunos detalles por haberlos vivido de pequeño y por habérselos oído contar a su padre. No todos los recuerdos se han apagado. Y se conservan vivas algunas pinceladas sueltas. “Pensar que el cabrón del santón no invitó a mi padre ni a una copa de anís cuando encontró en el bolso de un moro cuarenta duros y una baraja”, recuerda ahora el hijo del celoso enterrador con rabia por la decepción de su padre. Después de que su padre mostrara al santón el hallazgo en los bolsos del moro muerto, Aomar no hizo ascos a atrapar tan sabroso botín. Se trataba poco menos que de un milagro, ya que, como comenta Aurelio, “cuando llegaban aquí ya habían pasado por varias manos, así que venían sin nada más encima que los capotes del ejército y las botas que a veces eran nuevas y desaparecían en el cementerio en cuanto se descuidaba uno”. Para eso estaba Ramona de Repiché, que se encargaba de llevar toda la ropa aprovechable.

Aurelio señala que, al no querer apuntarse su padre como falangista y negarse a marchar a trabajar al campo de aviación de Jarrio, lo mandaron a cavar fosas para los moros y a encargarse de su enterramiento. “Cavó fosas como un animal, y había que hacerlo todo con gran cuidado, porque estaba controlado por el Aomar, que era muy severo y los tenía al hilo”.

Casi 70 años después, aún no se le ha olvidado, aún no se le ha olvidado a Aurelio que cada fosa tenía un metro de profundidad, y que a partir de los 80 centímetros se iba estrechando mediante un bordillo que se hacía en la tierra, y sobre el cual se apoyaba una losa en la que se ponía el cuerpo del moro. No se trataba de echar el cadáver según llegaba: era necesario desvestirlo y colocarlo sobre una lona blanca que se anudaba en la cabeza y en los pies, y bajarlo a la losa por medio de una cuerda y con buen cuidado de que estuviera mirando al sol.

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Después se cubría el cuerpo con tierra y se le daba un poco de forma a la tumba en la parte superior. Y sólo una señal para saber que allí estaba enterrado un moro, “chantábamos dos losas en la sepultura, una en la cabecera y otra hacia los pies”. Son precisamente estas piedras, a pesar de los árboles, de las acacias que crecieron y de la maleza que se desarrolló entre las sepulturas, las que aún hoy permiten localizar los enterramientos, que además siguen un cierto orden, ya que apenas hay un pasillo de un metro entre muerto y muerto.

Eran enterrados sin ninguna identificación, lo que explica que hace un año viniera a Barcia el periodista marroquí Alí Lmrabet ante el convencimiento de que cuatro tíos suyos muertos en El Escamplero se encontrasen en Barcia. La búsqueda resultó infructuosa ante la confusión de las tumbas. Sin embargo, la raposa, excavando, sacó un occipital que sólo Alá sabrá a quién correspondería.


A juzgar por las losas, el recinto está lleno. Uno no puede evitar pisar las sepulturas. En Barcia había dos cementerios. Uno de ellos estaba adosado al cementerio civil, y en él llegaron a enterrarse 120 moros hasta que, por falta material de espacio, se construyó el cementerio propiamente moro, que quedó sin terminar y en el que habrá algo mas de medio centenar de cuerpos. El recinto es curioso y vale la pena visitarlo. La puerta de acceso es de traza árabe y todo el cementerio está cercado con tapia blanca de mediana altura, rematada con tejas tanto hacia el interior como hacia el exterior. Cada una de las cuatro esquinas del cementerio, que es enorme, está coronada por una garita en la que se supone que alguien haría guardia. Pero como el cementerio no llegó a terminarse, fuera de la tapia existen otras paredes más sólidas y otras dos garitas. Estaba previsto, en el espacio intermedio, entre el primer cerramiento y las paredes del cementerio, construir una mezquita que ha acabado sin llegar a tener techumbre.

Ubicación del Cementerio  e inclusión en el Inventario de Patrimonio Cultural de Asturias

https://sede.asturias.es/bopa/2012/06/01/2012-09256.pdf


Aurelio recuerda el día en que su padre estaba descansando al sol y se presentaron de repente dos camiones con cuarenta y tantos moros muertos en El Escamplero, alguno en un estado tan horrible debido a los efectos de la metralla que la estampa no la puedo borrar jamás. Viviendo aquellas cosas no se puede extrañar que, a veces, su padre echara anís por la ropa para disimular el olor o que nunca cogiera el pan con las manos, ya que sentía reparo de sí mismo, o que apenas comiera al llegar a casa. Actualmente el cementerio son piedras cubiertas por la vegetación, acacias, eucaliptos, pinos y malezas. En la parte exterior había un vivero de árboles y de ahí que hayan brotado espontáneamente en el cementerio.
La Nueva España 14 agosto 2005
Jorge Jardón

Trabajos sobre el Cementerio Moro de Barcia